Era verano, pleno Agosto en Madrid. Un día cualquiera en que
te has quedado dormida y tienes que salir pitando para llegar al trabajo. En el momento
de elegir la ropa, rápidamente pensé en ponerme ese vestido fino y fresco para
aguantar los 40 grados de la calle; pero al ir a cogerlo recordé que tenía
demasiados pelos para llevarlo. Así que tuve que cambiar de opción, coger unos
vaqueros y salir corriendo.
En el primer descanso en el trabajo, ya empecé a
sufrir las consecuencias. Fumando un cigarro al sol, comencé a sentir la
pesadez de los vaqueros y mis pelos. Empecé a sudar y a sentirme sucia, y ya no
pude estar cómoda ni cuando volví a entrar. Pero bueno, aguanté toda la mañana
como pude, terminó la jornada y me arrastré con mis piernas cementadas hasta el coche.
Justo ese
día, tenía que ir al médico por una tendinitis que no cesaba. Una vez en la
consulta, me di cuenta de que me había tocado un doctor joven y motivado (qué
suerte pensé). En lugar de quedarse sentado y mirar el historial, decidió que
debía medirme las piernas. ¡Qué horror pensé! Pero claro, es médico, tampoco
íba a decirle que no porque estauviera sin depilar...
A ver cómo me despegaba los
vaqueros, eso para empezar. En fin, no quedaba otra que exponer la maleza de
mis piernas ante la mirada del joven
doctor. Así que allí estoy, tumbada boca arriba en la camilla, piernas
desnudas y pelos apuntando a los ojos del tipo. Me sentía más desnuda
que nunca, el peso y el abrigo de los pelos me hacían sentirme totalmente
desprotegida. Sentía que alguien estaba violando mi intimidad, porque me estaba
mirando los pelos, y yo no podía hacer nada. Y además, ¿qué pensará él? Una chica
joven, delgadita, y ¡mira lo que tiene debajo! Seguro que le está dando asco
tocarme, me tiene que tocar los pies y las piernas peludas y yo no he hecho mi
parte, la simple tarea de haber estado depilada.
Con un poco de ansiedad
esperaba el momento en que todo acabase. Me sentí bastante aliviada cuando pude
vestirme, pero todavía tenía que sentarme, mirarle a la cara y analizar los
resultados médicos. Y no era tan sencillo, ya había visto lo que había
debajo de mis pantalones así que en cuanto tuve ocasión le di las gracias y,
avergonzada y aliviada, me marché corriendo. Ya pasó pensé.
Y me monté de nuevo
en el coche, había quedado con mi novio en su casa. Le conté la anécdota del
doctor y los pelos, nos reímos y seguimos a otra osa. Pasado un rato, empezamos
a besarnos y nos fuimos a la cama. (Ya
llevaba un tiempo saliendo con él, así que no era tan importante no haberme
depilado). Como siempre que tengo pelos, no me sentía del todo libre, no podía
sentirme sensual ni liberada, así que lo mejor era tener sexo “soso”, sin que hubiera
tiempo para la distancia corporal y las miradas.
Pero, esta vez había dejado
crecer demasiado algunos pelos. Cuando intentó practicarme sexo oral, ¡me negué
en rotundo! ¡Con los pelos que tenía ahí abajo! Casi se podían hacer trenzas
con ellos…”No, no quita, que tengo muchos pelos”, le dije. “Me da igual, me
gusta”, me contestó. Y en mi cabeza, tranquila, hay confianza y no pasa nada,
pero no podía; me sentía desnuda sin querer estarlo, me sentía violada, como en
la consulta. Eso de ahí abajo estaba tan feo que no era el momento, no podía
dejarme llevar y disfrutar como si tal cosa; no lo había puesto en
condiciones para ello. Al final no pude
evitarlo y le aparté la cabeza bruscamente.
El día ya estaba acabando, pero
mientras cenábamos nos llamó un amigo para invitarnos a su piscina al día siguiente.
Y yo que pensaba quedarme a dormir en casa de mi novio, ahora tenía que irme a
mi casa, o conseguir una cuchilla, pero no podría ir como estaba.