Sábado noche,
un bar cualquiera de Copenhague, música electrónica, cerveza Tuborg. Entablo
conversación con dos chicos, lo típico, que cómo te llamas, qué haces aquí, de
dónde eres… Cuando les digo que soy polaca (¿Que por qué les digo que soy
polaca? Bueno, ésa es otra historia…) uno de ellos se acuerda de algo que le
pasó en su último viaje a Polonia, motivo por el cual no guarda un buen
recuerdo de las polacas. Por lo visto necesita desahogarse y me cuenta que en
su primera noche en Varsovia quiso divertirse y fue a una discoteca. Esta
discoteca estaba llena de tías buenas y el chico, decidido a conquistar a
alguna, desplegó todos sus encantos. Pero no tuvo éxito. “¿Qué habrá podido
fallar? ¿Qué he hecho mal?” se preguntó. Entonces empezó a fijarse y se dio
cuenta de que no era culpa suya: las tías se iban sólo con aquéllos que
llevaban trajes de marca, móviles de última generación y fajos de billetes asomándoles
por el bolsillo de la chaqueta.
Es sábado por
la noche y la música sigue sonando en un bar cualquiera de Copenhague.
Pido otra
Tuborg.
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