miércoles, 8 de octubre de 2014

Mónica Oriol, mercados, personas.



"Yo prefiero una mujer de más de 45 años o de menos de 25, porque como se quede embarazada nos encontramos con el problema". Mónica Oriol.

Me gustaría hacer unas reflexiones al hilo de las declaraciones de Mónica Oriol, presidenta del Círculo de EmpresariOs, sobre la inconveniencia de contratar mujeres en edad fértil a raíz de las cuales se ha creado un revuelo mediático y en la opinión pública. Por ejemplo, el titular aparecido en Público al respecto dice así: “Mónica Oriol, presidenta del Círculo de Empresarios, ha vuelto a realizar unas declaraciones polémicas y absolutamente contrarias a la dignidad de las mujeres y la conciliación laboral”, mientras que Susana Griso, en Espejo Público ha dicho: "¡La realidad es que este país está envejeciendo a marchas forzadas! ¡Vamos a ser el país más viejo de Europa! ¡No cuidamos a la maternidad! ¡No cuidamos a las mujeres embarazadas! ¡No se soluciona diciendo 'yo no contrataría a una mujer por debajo de los 45 años! ¡Muchas gracias señora Mónica Oriol, muchísimas gracias! ¡Es lo que me faltaba por oír!"

Mónica Oriol se ha defendido de las críticas alegando que esa frase está sacada de contexto y que escuchando el mensaje entero se puede apreciar que ella se refería a otra cosa. En cualquier caso, lo que ha dicho ha dado lugar a diferentes e incluso contradictorias interpretaciones. Por ejemplo, La Vanguardia interpreta en su titular que “Mónica Oriol considera "un problema" contratar a embarazadas”. Mientras que Carlos Salas, de La Información, argumenta que “si en lugar de esa última parrafada ‘políticamente incorrecta’ ella hubiera dicho: “Es muy injusto que los directores de RRHH no contraten a mujeres embarazadas porque, dado que la ley les obliga a blindar el contrato, prefieren hombres. Eso es malo para las mujeres porque no nos están dando igualdad de oportunidades, porque nos están condenando” no se habría malinterpretado lo que ella quería decir. Según Carlos Salas, el problema para Oriol no sería entonces contratar mujeres fértiles, sino que éstas queden blindadas por ley una vez que se convierten en madres y sería este blindaje, y no la maternidad en sí, lo que hace que a la empresa no le interese contratarlas.

En mi opinión, el problema con el que nos encontramos debería analizarse desde otro punto de vista. El problema del “blindaje” está directamente relacionado con las políticas de conciliación, de manera que para ayudar a las mujeres a conciliar la vida laboral y familiar por ley es prácticamente imposible despedirlas tras ser madres. Desde este punto de vista, las declaraciones de Oriol van en contra de los principios de la conciliación, efectivamente. Sin embargo, ¿qué son las políticas de conciliación? En principio, son la manera de promover la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres por medio de la ayuda sobre todo a las mujeres para que concilien la vida familiar y la laboral. Sin embargo, no se trata más que de medidas superficiales que no van a la raíz del problema, porque la realidad es que los niños, las ancianas y las personas dependientes en general necesitan ser atendidas, y el resto de personas necesitamos alimentarnos, ir limpias y cuidarnos unas a otras. Todo esto requiere tiempo, dinero y esfuerzo físico y emocional. Y todo esto, que es sobre lo que se sustenta la vida y lo que permite que cada día las personas con empleo vayan a trabajar es, en general, contrario a los intereses económicos dentro del contexto del liberalismo económico. Hay que entender las declaraciones de Mónica Oriol contra las políticas de conciliación en este contexto y en lugar de llevarse las manos a la cabeza enmpezar a cuestionarse el papel de estas políticas en el mantenimiento de un sistema que pone a los mercados en el epicentrode la organización social.

Además, ya hemos tenido tiempo de comprobar que esta lucha (la que pone el foco en el acceso al empleo) no nos llevará a ganar la guerra contra el patriarcado: desde que en 1949 Simone de Beauvoir publicara El segundo sexo ya han pasado más de 60 años y hoy podemos decir que el acceso al trabajo asalariado no ha liberado a las mujeres: dobles jornadas, empleos precarios y falta de reconocimiento del trabajo doméstico y de cuidados son la realidad de numerosas mujeres hoy en día. Según Silvia Federici “en general, el trabajo asalariado no ha liberado nunca a nadie. La idea de la liberación es alcanzar la igualdad de oportunidades con los hombres, pero ha estado basada en un malentendido fundamental sobre el papel del trabajo asalariado en el capitalismo. Ahora vemos que esas esperanzas de transformación completa eran en vano. Al mismo tiempo sí vemos que muchas mujeres han conseguido más autonomía a través del trabajo asalariado, pero más autonomía respecto de los hombres no respecto del capital.” Esto sin contar con las cadenas de cuidados globales; ya se ha visto que para que una mujer blanca de clase media pueda “liberase”, otra mujer, generalmente proveniente de algún país empobrecido tendrá que cuidar de su hogar, generalmente en condiciones de precariedad.

Así, las declaraciones de Mónica Oriol son polémicas por lo políticamente incorrectas, pero no son tan sorprendentes. Son simplemente sinceras desde el punto de vista del liberalismo económico y del patriarcado. Como dicen Amaia Pérez Orozco y Sira del Río en este artículo (ya citado más arriba), “no es necesario un análisis exhaustivo de la ley de conciliación para apreciar que la lógica de la organización social permanece, no sólo inamovible, sino sin cuestionar. Los mercados siguen entronados y todo aquél trabajo o situación vital que imponga límites o condiciones sigue viéndose como una anomalía, una desviación”. Se trata, por tanto, de dejar de darle vueltas a las declaraciones de Oriol y empezar a preguntarnos si de verdad queremos cambiar el eje de la organización social: de los mercados a las personas. 




jueves, 3 de abril de 2014

"Las mujeres ganan menos". De la guerra al diálogo entre los Sexos.

Querría en esta entrada desarrollar algunas reflexiones que me han merodeado este mes, gracias a las aportaciones de la Sexología y el Feminismo Radical y Marxista. 

 

Dado que estoy inserta en varios grupos de trabajo feministas y en un Máster de sexología, el cruce entre la Cuestión Sexual y la Cuestión de las Mujeres no puede, en mi opinión, desligarse. Es mi intención superar las críticas hacia el uno y el otro para en lugar de separarlas, ponerlas en diálogo.  Se trata, de trazar líneas de encuentro entre el individuo y la sociedad, las pretensiones políticas y las vivencias así como las  aportaciones feministas en un marco más amplio que el de las mujeres y los de la Sexología más allá de la Terapia y la Educación Sexual. Aquí van mis reflexiones que, provisionales, intentan abrir este camino desde algunas ideas muy específicas.

 

Podríamos afirmar que casi todas las corrientes feministas han coincidido en expresar que los cuerpos definidos como mujeres sufren más; la desigualdad estructural hace que tengan menos recursos y sus productos y formas de vida sean menos valorados. Esto es poco discutible, tanto las estadísticas como los análisis de deconstrucción y estudios históricos y socioculturales por parte del feminismo han mostrado las formas del patriarcado de forma excelente. Sin embargo, la tarea de estas corrientes no quedaba ahí, se trataba además, de poner en la agenda pública la urgente necesidad de tomar medidas para promover la equidad, tanto a nivel estructural como a nivel micro y de relaciones. En este punto, el feminismo cuenta con miles de propuestas que van desde reducciones como la de la mujer como ser pacífico y cuidador hasta otras que hablan de tecnopolítica y de deshacer el género. No es el momento ahora de repasar todas estas corrientes pues mi intención es detenerme en lo hecho y sus consecuencias. Antes que nada, he de reconocer el enorme valor de todo ese trabajo teórico y plantear que por supuesto no lo hubiéramos podido hacer mejor. Sin embargo, es momento de seguir pensando y aprendiendo de los errores. Es hora de trabajar por lo importante además de lo urgente.  



 

Después de una compleja elaboración teórica y de la creación de grandes alianzas y luchas políticas se consiguió poner en primera página el debate de las mujeres. A grandes líneas, el problema de la esta aplicación práctica ha sido el desarrollo de unas políticas públicas para las mujeres frente a los hombres. Cierto que es impresionante cómo, en tan sólo un siglo (hablamos de Occidente y sus democracias), se ha conseguido que las mujeres sean ciudadanas y sujetos en igualdad de derechos. El inconveniente, repito, es que esto se haya dado en forma de leyes para mujeres por ser mujeres:

 

1.                   Las Leyes de Violencia de Género o Violencia Machista. Éstas se promovieron con carácter de urgencia bajo el lema “lo personal es político”, visibilizando la violencia que sufrían muchas mujeres en sus hogares y que era relegada al ámbito doméstico como algo normal o natural. La transformación así en un problema político que penetró los hogares y las parejas ha reconvertido esta experiencia en algo completamente diferente. Podríamos decir que estas políticas construyen una experiencia concreta de trauma, colocan a la mujer sólo como víctima[1] y al hombre sólo como agresor. Esto, por un lado, reifica las categorías de víctima y agresor (no permitiendo otras) y no da cuenta de las diferencias y los grados (todos son igual de agresores o igual de víctimas maltratadas) ni de las realidades particulares en las relaciones de pareja. Si bien es cierto, mueren más mujeres que hombres a manos de sus parejas [2] y esto es un problema que queremos solucionar, la táctica tiene consecuencias perversas. Al estabilizar esta separación entre hombres (violentos) y mujeres (mal-tratadas), asimilada además a categorías del Derecho Penal, eliminamos las opciones. A la mujer víctima sólo le queda denunciar y poner en manos del aparato policial (salvador) y de la justicia su problema. Un problema que queda de esta forma sin resolver ni diluir, pues conlleva penas de prisión y tratamiento psicológico para hacer de la víctima el objeto social que se considera. Un problema que sabemos no se da por ser mujer u hombre en sí, sino derivado en todo caso de los valores patriarcales, en el que 2 participan y los reproducen[3]. Debemos entender entonces que esta práctica forma parte de un continuo de valores patriarcales por un lado, y de cada relación concreta por otro.  Si cada persona se construye biográficamente como Mujer y Hombre, existirán en algunas mujeres características que las podrían considerarse agresoras y en algunos hombres, víctimas. La ley no permite entender esto y estereotipa a las Mujeres como poseedoras naturales de todas las características femeninas (entre ellas la pasividad o la indefensión) y a los hombres de las masculinas (agresividad y posesión, por ejemplo).  ¿Qué alternativas podemos ofrecer en el plano teórico? Desde luego vemos que ya no sirven las categorías de víctima y agresor (no se reduce el número de muertes, se criminaliza la conducta haciéndola ininteligible por monstruosa, provoca la vivencia de un trauma mucho mayor y naturaliza las categorías de Hombre y Mujer). ¿Cómo nos adentramos en este problema sin entrar en una guerra de sexos y una criminalización de una conducta inserta en las relaciones? Podemos pensar en lo importante a muy muy largo plazo, hablando de educación y terapia sexual. Pero, ¿cómo nos adentramos en lo urgente sin provocar males mayores?



 

2.                   Otra de las políticas conseguidas ha sido la referida al Acoso y el Abuso Sexual, de nuevo entendiendo todas las situaciones por igual y sin gradaciones. Así, en la misma línea que  la violencia de género, estaríamos construyendo la experiencia de acoso (no es lo mismo pensar la experiencia de una mujer hace 100 años, por ejemplo, que recibiera 50 cartas de un enamorado en las que éste expresase su amor romántico, comentando que si está con otro lo mata a que reciba hoy, 50 e-mails con el mismo contenido. Hoy es acoso, antes era otra cosa, ni mejor ni peor, pero diferente a pesar de que el contenido de las cartas fuera el mismo). Sí, es cierto que a grandes números son más las mujeres que los hombres las que se sienten indefensas antes estas situaciones, evidentemente debido a su construcción como mujeres en un proceso bio-social que asocia feminidad con indefensión. Es cierto que era urgente mostrar estas prácticas de poder desigual. Pero, en nombre de esta visibilización, por combate nos hemos saltado la riqueza de las diferencias y las opciones.



 

3.                   También hemos desarrollado políticas de la igualdad en torno a los salarios y los empleos para superar la desigualdad salarial y el techo de cristal.  El problema de éstas se trazaría en dos líneas. Primero, sigue en la línea de la guerra de sexos, pues nos hace competir a mujeres y hombres por recursos escasos provocando enfrentamientos entre nosotros en lugar de dirigir el foco al sistema de producción capitalista de donde nace esta desigualdad salarial. Y segundo, desvía la atención hacia una categoría que no es la suya. Al hablar de los sexos desde la clase social, nos focalizamos en un hecho que seria transversal pero no su núcleo. Las desigualdades que queramos tratar en las relaciones entre los sexos, habrán e centrarse en su episteme, el Hecho Sexual y su Amatoria, y no en nociones económicas. Y esto es claro y empírico si observamos los actuales Estados Democráticos de Derecho donde, formalmente todos somos iguales sin que nada cambie en la vida práctica. En este punto, sería conveniente no sólo visibilizar los grandes datos (“las mujeres ganan menos”), sino también las particularidades, complejidades y cambios.



 

Y es a partir de esto, que creo que puedo ofrecer algunas primeras ideas y sugerencias para comenzar a hilar y deshilar tantas preguntas. Para empezar, debemos separar las nociones, aquéllas que tienen que ver con la clase social y el capital y las que se refieren a las relaciones entre los sexos. Si bien en la realidad todo está relacionado, para entenderla es útil y necesario dotarnos de herramientas explicativas. Entiendo que desde la episteme economicista, el sistema capitalista utiliza las diferencias para obtener beneficios desde la desigualdad. Por otro lado, el Hecho de los Sexos se refiere al proceso de hacerse sexuado y a las relaciones y encuentros entre los sexos (evidentemente con elementos no sólo biológicos sino también socioculturales e históricos, entre ellos las ideas capitalistas). Pero, si mezclamos las ideas nos perdemos. Si decimos “es que las mujeres ganan menos”, hablamos de mujeres (como sexo) y distribución de recursos (económicos). Por ello, creo que en la lucha por la equidad, no se trata de hablar de Hombres y Mujeres, sino de valores o características (ideales) Femeninas y Masculinas[4]. Éstas características son históricas, culturales y por tanto, cambiantes. Pero con toda esa fluidez, son intersubjetivas y nos construyen. Así, podríamos decir, por ejemplo, que hoy es una característica femenina el hecho de cuidar y una masculina el ser cuidado. Hasta aquí, las feministas estaríamos más o menos de acuerdo y procederíamos a indignarnos y a demandar “que las mujeres también sean cuidadas y los hombres cuiden”. Considero esto un error, pues de nuevo mezclamos las categorías y reificamos el que las mujeres posean por naturaleza todas las características femeninas ideales. Podríamos probar a entendernos antes que a enfadarnos y pensar en esto de manera más clara. Si una característica femenina (hoy, en esta sociedad), es el cuidar, dejemos que los hombres tengan también características femeninas (que las tienen). Es decir, en lugar de pensar en cómo hacer “que los hombres cuiden”, comprendamos primero que los hay, aunque esto sea definido como femenino. Por eso, creo que sería más útil dejar de hablar de hombres y mujeres para permitirnos que haya mujeres y hombres diversos, construidos de forma diferente y cada uno con actitudes (cambiantes y contextuales) que podrían definirse como masculinas y femeninas.

 



Para adentrarnos entonces en las desigualdades, si dejamos de hablar de hombres y mujeres para hablar de desigualdad y poder, podemos hablar de hechos, prácticas y actividades.  La tarea entonces en este ejemplo, no es la de hacer que los hombres cuiden, sino la de hablar de, en el caso de los cuidados, economía. Busquemos la forma en que todos los trabajos que merecen la pena puedan ser igualmente valorados, sin caer en reduccionismos que asocien un tipo de trabajo a un sexo determinado (a pesar de las grandes estadísticas). Así, el problema traído gracias a la cuestión de las mujeres, los cuidados, podría ser examinado en su campo, el trabajo, y sin promover ni guerras de sexos ni reduccionismos. Evidentemente el tema de la violencia de género es mucho más complicado y no soy capaz de ver los caminos, pero creo que deberíamos ir por la misma línea. El foco debería ser los encuentros entre los sexos y el valor que damos a unas características masculinas (agresividad) y otras femeninas (sumisión) repartidas en hombres y mujeres y no la violencia de los hombres a las mujeres. Se trataría en este caso de pensar qué valores orientan nuestras prácticas como sujetos sexuados y qué formas de violencia queremos promover y cuáles desincentivar en nuestras interacciones. Busquemos diálogos y soluciones pues en las guerras, muchas veces juegos de suma cero, no se busca la construcción sino la destrucción. El cómo, eso es algo que debemos seguir pensando…

 

 






[1] De esto se han percatado muchas pensadoras como las feministas Beatriz Preciado o Beatriz Gimeno, que proponen un empoderamiento físico de las mujeres para que sean capaces de defenderse o atacar. Esta idea de promover esos valores violentos en ambos sexos en igualdad podría ser una medida urgente pero, de nuevo, promoviendo una guerra de sexos.

[2] También es cierto que 32 varones han muerto a manos de su pareja, femenina o masculina, en los últimos cinco años, son menos pero nadie habla de ellos.

[3] Desde esta conceptualización se entiende que cualquier mujer puede ser víctima de malos tratos, promoviendo además un pánico en las relaciones que no es real. No todas las mujeres se construyen igual ni todas las relaciones heterosexuales reproducen el mismo modelo.
[4] Efectivamente, creo que uno de nuestros mayores problemas es la confusión entre Masculino-Femenino y Mujeres y Hombres.