Querría en esta entrada desarrollar algunas
reflexiones que me han merodeado este mes, gracias a las aportaciones de la Sexología y el Feminismo Radical y Marxista.
Dado que estoy inserta en varios grupos de
trabajo feministas y en un Máster de sexología, el cruce entre la Cuestión Sexual y la Cuestión de las
Mujeres no puede, en mi opinión, desligarse. Es mi intención superar las
críticas hacia el uno y el otro para en lugar de separarlas, ponerlas en
diálogo. Se trata, de trazar líneas de
encuentro entre el individuo y la sociedad, las pretensiones políticas y las
vivencias así como las aportaciones
feministas en un marco más amplio que el de las mujeres y los de la Sexología
más allá de la Terapia y la Educación Sexual. Aquí van mis reflexiones que,
provisionales, intentan abrir este camino desde algunas ideas muy específicas.
Podríamos afirmar que casi todas las
corrientes feministas han coincidido en expresar que los cuerpos definidos como
mujeres sufren más; la desigualdad
estructural hace que tengan menos recursos y sus productos y formas de vida
sean menos valorados. Esto es poco discutible, tanto las estadísticas como los
análisis de deconstrucción y estudios históricos y socioculturales por parte
del feminismo han mostrado las formas del patriarcado
de forma excelente. Sin embargo, la tarea de estas corrientes no quedaba ahí,
se trataba además, de poner en la agenda pública la urgente necesidad de tomar medidas para promover la equidad,
tanto a nivel estructural como a nivel micro y de relaciones. En este punto, el
feminismo cuenta con miles de propuestas que van desde reducciones como la de
la mujer como ser pacífico y cuidador
hasta otras que hablan de tecnopolítica y
de deshacer el género. No es el momento ahora de repasar todas estas
corrientes pues mi intención es detenerme en lo hecho y sus consecuencias. Antes que nada, he de reconocer el
enorme valor de todo ese trabajo teórico y plantear que por supuesto no lo
hubiéramos podido hacer mejor. Sin embargo, es momento de seguir pensando y
aprendiendo de los errores. Es hora de trabajar por lo importante además de lo
urgente.
Después de una compleja elaboración teórica y
de la creación de grandes alianzas y luchas políticas se consiguió poner en
primera página el debate de las mujeres. A grandes líneas, el problema de la esta aplicación práctica ha
sido el desarrollo de unas políticas públicas para las mujeres frente a los hombres. Cierto que es impresionante cómo, en
tan sólo un siglo (hablamos de Occidente y sus democracias), se ha conseguido
que las mujeres sean ciudadanas y sujetos en igualdad de derechos. El inconveniente,
repito, es que esto se haya dado en forma de leyes para mujeres por ser
mujeres:
1.
Las Leyes de Violencia de Género o Violencia
Machista. Éstas se promovieron con carácter
de urgencia bajo el lema “lo personal es político”, visibilizando la violencia
que sufrían muchas mujeres en sus hogares y que era relegada al ámbito
doméstico como algo normal o natural. La transformación así en un problema
político que penetró los hogares y las parejas ha reconvertido esta experiencia
en algo completamente diferente. Podríamos decir que estas políticas construyen
una experiencia concreta de trauma,
colocan a la mujer sólo como víctima[1]
y al hombre sólo como agresor. Esto,
por un lado, reifica las categorías de víctima y agresor (no permitiendo otras)
y no da cuenta de las diferencias y los grados (todos son igual de agresores o
igual de víctimas maltratadas) ni de las realidades particulares en las
relaciones de pareja. Si bien es cierto, mueren más mujeres que hombres a manos
de sus parejas [2]
y esto es un problema que queremos solucionar, la táctica tiene consecuencias
perversas. Al estabilizar esta separación entre hombres (violentos) y mujeres
(mal-tratadas), asimilada además a categorías del Derecho Penal, eliminamos las
opciones. A la mujer víctima sólo le queda denunciar y poner en manos del
aparato policial (salvador) y de la justicia su problema. Un problema que queda
de esta forma sin resolver ni diluir, pues conlleva penas de prisión y
tratamiento psicológico para hacer de la víctima el objeto social que se
considera. Un problema que sabemos no se da por ser mujer u hombre en sí, sino derivado
en todo caso de los valores patriarcales, en el que 2 participan y los
reproducen[3].
Debemos entender entonces que esta práctica forma parte de un continuo de
valores patriarcales por un lado, y de cada relación concreta por otro. Si cada persona se construye biográficamente
como Mujer y Hombre, existirán en algunas mujeres características que las podrían
considerarse agresoras y en algunos
hombres, víctimas. La ley no permite entender esto y estereotipa a las Mujeres
como poseedoras naturales de todas las características femeninas (entre ellas
la pasividad o la indefensión) y a los hombres de las masculinas (agresividad y
posesión, por ejemplo). ¿Qué
alternativas podemos ofrecer en el plano teórico? Desde luego vemos que ya no
sirven las categorías de víctima y
agresor (no se reduce el número de muertes, se criminaliza la conducta
haciéndola ininteligible por monstruosa, provoca la vivencia de un trauma mucho
mayor y naturaliza las categorías de Hombre y Mujer). ¿Cómo nos adentramos en este problema sin
entrar en una guerra de sexos y una criminalización de una conducta inserta en
las relaciones?
Podemos pensar en lo importante a muy muy largo plazo, hablando de educación y
terapia sexual. Pero, ¿cómo nos adentramos en lo urgente sin provocar males mayores?
2.
Otra
de las políticas conseguidas ha sido la referida al Acoso y el Abuso Sexual, de nuevo entendiendo todas las
situaciones por igual y sin gradaciones. Así, en la misma línea que la violencia de género, estaríamos construyendo
la experiencia de acoso (no es lo
mismo pensar la experiencia de una mujer hace 100 años, por ejemplo, que
recibiera 50 cartas de un enamorado en las que éste expresase su amor romántico,
comentando que si está con otro lo mata a que reciba hoy, 50 e-mails con el
mismo contenido. Hoy es acoso, antes era otra cosa, ni mejor ni peor, pero
diferente a pesar de que el contenido de las cartas fuera el mismo). Sí, es
cierto que a grandes números son más las mujeres que los hombres las que se
sienten indefensas antes estas situaciones, evidentemente debido a su
construcción como mujeres en un proceso bio-social que asocia feminidad con
indefensión. Es cierto que era urgente mostrar estas prácticas de poder
desigual. Pero, en nombre de esta visibilización, por combate nos hemos saltado
la riqueza de las diferencias y las opciones.
3.
También
hemos desarrollado políticas de la igualdad en torno a los salarios y los
empleos para superar la desigualdad salarial y el techo de cristal. El problema de éstas se trazaría en dos líneas.
Primero, sigue en la línea de la guerra de sexos, pues nos hace competir a
mujeres y hombres por recursos escasos provocando enfrentamientos entre
nosotros en lugar de dirigir el foco al sistema de producción capitalista de
donde nace esta desigualdad salarial. Y segundo, desvía la atención hacia una
categoría que no es la suya. Al hablar de los sexos desde la clase social, nos
focalizamos en un hecho que seria transversal pero no su núcleo. Las
desigualdades que queramos tratar en las relaciones entre los sexos, habrán e
centrarse en su episteme, el Hecho Sexual y su Amatoria, y no en nociones económicas.
Y esto es claro y empírico si observamos los actuales Estados Democráticos de
Derecho donde, formalmente todos somos iguales sin que nada cambie en la vida
práctica. En este punto, sería conveniente no sólo visibilizar los grandes
datos (“las mujeres ganan menos”), sino también las particularidades,
complejidades y cambios.
Y es a partir de esto, que creo que puedo
ofrecer algunas primeras ideas y sugerencias para comenzar a hilar y deshilar
tantas preguntas. Para empezar, debemos separar las nociones, aquéllas que
tienen que ver con la clase social y el capital y las que se refieren a las relaciones entre
los sexos. Si bien en la realidad todo
está relacionado, para entenderla es útil y necesario dotarnos de herramientas
explicativas. Entiendo que desde la episteme economicista, el sistema capitalista utiliza las diferencias para
obtener beneficios desde la desigualdad. Por otro lado, el Hecho de los Sexos se refiere al proceso de hacerse sexuado y a las
relaciones y encuentros entre los sexos (evidentemente con elementos no sólo
biológicos sino también socioculturales e históricos, entre ellos las ideas
capitalistas). Pero, si mezclamos las ideas nos perdemos. Si decimos “es que las mujeres ganan menos”,
hablamos de mujeres (como sexo) y distribución de recursos (económicos). Por
ello, creo que en la lucha por la equidad, no se trata de hablar de Hombres y Mujeres,
sino de valores o características (ideales) Femeninas y Masculinas[4]. Éstas características son históricas,
culturales y por tanto, cambiantes. Pero con toda esa fluidez, son
intersubjetivas y nos construyen. Así, podríamos decir, por ejemplo, que hoy es
una característica femenina el hecho
de cuidar y una masculina el ser
cuidado. Hasta aquí, las feministas estaríamos más o menos de acuerdo y
procederíamos a indignarnos y a demandar “que
las mujeres también sean cuidadas y los hombres cuiden”. Considero esto un
error, pues de nuevo mezclamos las categorías y reificamos el que las mujeres
posean por naturaleza todas las características femeninas ideales. Podríamos
probar a entendernos antes que a enfadarnos y pensar en esto de manera más clara.
Si una característica femenina (hoy, en esta sociedad), es el cuidar, dejemos
que los hombres tengan también características femeninas (que las tienen). Es
decir, en lugar de pensar en cómo hacer “que
los hombres cuiden”, comprendamos primero que los hay, aunque esto sea
definido como femenino. Por eso, creo que sería más útil dejar de
hablar de hombres y mujeres para permitirnos que haya mujeres y hombres
diversos, construidos de forma
diferente y cada uno con actitudes (cambiantes y contextuales) que podrían definirse
como masculinas y femeninas.
Para adentrarnos entonces en las
desigualdades, si dejamos de hablar de hombres y mujeres para hablar de desigualdad
y poder, podemos hablar de hechos, prácticas y actividades. La tarea entonces en este ejemplo, no es la de
hacer que los hombres cuiden, sino la de hablar de, en el caso de
los cuidados, economía.
Busquemos la forma en que todos los trabajos que merecen la pena puedan ser
igualmente valorados, sin caer en reduccionismos que asocien un tipo de trabajo
a un sexo determinado (a pesar de las grandes estadísticas). Así, el problema
traído gracias a la cuestión de las mujeres, los
cuidados, podría ser examinado en su campo, el trabajo, y sin promover ni guerras
de sexos ni reduccionismos.
Evidentemente el tema de la violencia de género es mucho más complicado y no soy capaz de
ver los caminos, pero creo que deberíamos ir por la misma línea. El foco debería
ser los encuentros entre los sexos y el valor que damos a unas características masculinas
(agresividad) y otras femeninas (sumisión) repartidas en hombres y mujeres y no
la violencia de los hombres a las mujeres. Se trataría en este caso de pensar qué valores
orientan nuestras prácticas como sujetos sexuados y qué formas de violencia
queremos promover y cuáles desincentivar en nuestras interacciones. Busquemos
diálogos y soluciones pues en las guerras, muchas veces juegos de suma cero, no
se busca la construcción sino la destrucción. El cómo, eso es algo que debemos
seguir pensando…
[1] De esto se han percatado muchas
pensadoras como las feministas Beatriz Preciado o Beatriz Gimeno, que proponen
un empoderamiento físico de las mujeres para que sean capaces de defenderse o
atacar. Esta idea de promover esos valores violentos en ambos sexos en igualdad
podría ser una medida urgente pero, de nuevo, promoviendo una guerra de sexos.
[2] También es cierto que 32 varones
han muerto a manos de su pareja, femenina o masculina, en los últimos cinco
años, son menos pero nadie habla de ellos.
[3] Desde esta conceptualización se entiende
que cualquier mujer puede ser víctima de malos tratos, promoviendo además un pánico
en las relaciones que no es real. No todas las mujeres se construyen igual ni
todas las relaciones heterosexuales reproducen el mismo modelo.
[4] Efectivamente, creo que uno de
nuestros mayores problemas es la confusión entre Masculino-Femenino y Mujeres y
Hombres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario